jueves, 11 de diciembre de 2008

Cómo me encontré con la docencia.

Creo que el ser maestra está en mi ADN. Recuerdo que cuando salí de la secundaria, mi papá, quien era profesor de primaria, deseaba que estudiara en la normal, sin embargo el destino no lo quiso así. Me inscribí en el CBTis 83 de mi localidad y estudié el bachillerato como técnico en contabilidad, que por cierto tenía habilidad para los registros. Cuando me gradué quise tomar una carrera de seguimiento, como contaduría, pero en ese entonces la universidad del estado no tenía muy buena imagen, todo lo contrario al Instituto Tecnológico de Pachuca, donde me inscribí en la carrera de Lic. Administración de Empresas. Al graduarme tuve la suerte de cubrir un interinato de 3 meses en un CBTa donde tenía que dar las materias de psicología, que me encantaba y la materia de álgebra, la cual odiaba desde el bachillerato, pero cuando tuve que estudiar para explicar la clase a un grupo tuve experiencias nuevas y muy agradables. Después trabajé en el sector privado donde, en ocasiones, no me era muy agradable, había que luchar por un puesto, y no de la manera más ética, no tenía amigos sinceros y no me sentía muy cómoda, supongo que en ese entonces, a mis 22 años era muy inexperta.
En algún momento, me ofrecieron el cubrir una plaza de contralora en una secundaria, pero pensé que no era lo mío, aunque me consideraba muy buena en el aspecto contable y administrativo, esa plaza no llenaba mis aspiraciones ya que no habría más campo de acción en esa área. Continué algunos años más en el sector privado y trabajé en dos empresas distintas, una en Cementos Apasco y otra en una importadora y exportadora de Ganado y también continué estudiando inglés y computación.
Cuando terminé mi contrato en mi último empleo, comencé a llenar solicitudes y llevé una de ellas a DGTA y me encontré con la oportunidad de dar nuevamente clases en un CBTa, me asignaron al 179 de Alfajayucan, Hgo., el cual considero mi segundo hogar. Ahí he hecho buenas amigas, excelentes compañeros y conocido a cientos de estudiantes que me han dejado grandes aprendizajes y combiné mi gusto de estar frente a grupo con el gusto por compartir conocimientos de mi carrera, he estado ahí los últimos nueve años. Siento un gran respeto por los estudiantes y los trato como me gustaría que trataran a mis sobrinos, de esa escolaridad.
Me frustra el hecho de que los chicos, por inmadurez, por problemas familiares o económicos, reprueben y deserten; que en el plantel no tengamos la totalidad de los recursos para la atención de los alumnos y que los pocos que llegan los trasladen a las oficinas; que nuestro sistema sea tan burocrático donde hay que llenar miles de formatos para justificar algunas acciones y la planeación de las clases, las clases efectivas en aulas y la atención a alumnos quede en último término; que nos manden planes de estudios demasiado extensos y que pretendan que los impartamos en “semestres” – de hasta dos meses y medio de duración –, donde no importa cómo se aplicó el programa, sino lo que importa sean todos los documentos que se generen. Bueno si sigo con esto no voy a terminar.
Creo que lo que más me satisface es el producto de lo que hago, cuando escucho y veo el reconocimiento verbal y no verbal de mis alumnos, cuando son ellos mismos quienes proponen que les de clases, cuando veo a los egresados trabajando en su perfil o cuando eligen carreras de seguimiento en relación a las materias que les he impartido. Entre estas y muchas cosas más, vale la pena ser docente, todos y cada uno de los días.

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